Cuenta una antigua leyenda que hace muchos años los loros y las cacatúas, a pesar de ser parientes cercanos y vivir en el mismo bosque, se llevaban muy mal. Nadie recordaba el motivo causante del conflicto, pero el caso es que no se podían ni ver y a menudo surgían entre ellos discusiones y peleas muy desagradables.
Tan grave era el asunto que en cierta ocasión el líder de la gran familia de loros y el líder de la gran familia de cacatúas tomaron una decisión: dividir el territorio en dos. De común acuerdo, la parte norte del bosque se la quedaron los loros y la parte sur las cacatúas. Esto permitió a ambos bandos continuar con sus vidas ignorándose mutuamente, y lógicamente las riñas desaparecieron.
En ese tiempo, un joven loro verde de nuca amarilla decidió emprender un viaje de dos meses para ver algo de mundo. Deseoso de vivir aventuras planeó cruzar el bosque hasta divisar la playa, y una vez allí, decidir qué rumbo tomar. En su cabeza bullían varias ideas, pero la que más le apetecía era colarse en algún barco y navegar hacia un exótico y lejano destino.
El problema era que para llegar a la costa tenía que atravesar obligatoriamente la parte sur, y eso podía traerle graves consecuencias. Sopesó ventajas e inconvenientes y ganaron las ventajas por goleada, así que al final, optó por correr el riesgo.
Salió de su hogar una cálida mañana de verano, justo después de amanecer, y recorrió